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"LOQUILANDIA", cuando el cine estaba loco, loco, loco.



"LOQUILANDIA".
TÍTULO ORIGINAL 'Hellzapoppin'
AÑO 1941
DURACIÓN 84 min.
DIRECTOR H.C. Potter
GUIÓN Nat Perrin, Warren Wilson
MÚSICA Gene de Paul, Don Raye
FOTOGRAFÍA Elwood Bredell (B/N)
REPARTO Ole Olsen, Chic Johnson, Martha Raye, Hugh Herbert, Jane Frazee, Robert Paige, Mischa Auer, Richard Lane, Lewis Howard, Clarence Kolb, Nella Walker, Shemp Howard, Elisha Cook Jr.
PRODUCTORA Universal Pictures
GÉNERO Comedia musical



Este film lo ví por primera véz por televisión cuando todavía íba a la ESO, lo dieron doblado en un programa que se llamaba "Con H de 'humor'"; mi familia desertó del sofá  a los diez minutos de su comienzo, al  ver el contenido de la cinta, así que lo disfruté yo solito; su recuerdo me persiguió durante muchos años, ahora por fín lo tengo en DVD, y en V.O.S.E.



Ahora la novedad ya no es tanta, pero la modernidad de una película como Loquilandia, permanece intacta. Como tantas obras que se adelantaron a su tiempo,- y en el caso de ésta, es mucho pero mucho tiempo-, fue un rotundo fracaso de taquilla, e inhabilitó para el cine a los humoristas Ole Olsen y Chic Johnson. Ambos provenían del vodevil y "Loquilandia" es la versión cinematográfica de un espectáculo teatral estrenado tres años antes en Broadway, con muchísimo éxito.



Desde el principio ya se nos advierte que “Cualquier semejanza entre Loquilandia y una película es pura coincidencia”. Desde ese momento, somos presa de un vodevil de ilusiones, fantasmagorías, de cajas de resonancias y de una aglomeración de sketches capaces de dinamitar toda una película. Quizá por eso, "Loquilandia" es una película dentro de una película, que además versa sobre el rodaje de una tercera, todo ello desarrollado con un absoluto desenfado, enorme anarquía, grandes dosis de sentido del humor, y una gran habilidad para satirizar todos los géneros cinematográficos existentes y, sobre todo, una infinita capacidad para reírse de la propia vida real. Aquí, los osos hablan y los perros les replican, con contundencia, que los osos no hablan. Mientras los humanos mueren y resucitan, se vuelven invisibles y quedan 'congelados' en el aire.



Porque en el mundo de "Loquilandia" nada se parece a la vida. El cine es otro mundo y las reglas del mundo “real” no tienen porqué cumplirse en el universo de Ole y Chic. Aquí, lo más inverosímil puede suceder: Chic le pide al proyeccionista que pare la película, que rebobine y que vuelva a mostrársela... Cuando se repitan las imágenes, éstas no coincidirán con lo que anteriormente hemos visto, pues ahora aparece un caballo... Más tarde escucharemos al director de la película que supuestamente ruedan Chic y Ole, que “Las películas han de tener un argumento”. La réplica de la pareja es brutal: “¿Argumento? ¡Está loco!”. La anarquía es lo contrario del orden argumental. Incluso se permiten reírse del propio medio cinematográfico, de la propia esencia de la adaptación, cuando el director trata de convencerlos de que Broadway y Hollywood son diferentes. Les dice que hay que hacer modificaciones en la película que están rodando afirmando que lo que hacen es: “¡Una película sobre una película sobre "Loquilandia"!”.La respuesta de los cómicos es: “Llevamos tres años interpretando "Loquilandia" en Broadway y lo queremos así”, a lo que el director responde: “Esto es Hollywood. Lo cambiamos todo”. Al unísono la pareja responde: “¿Por qué?”.





La propuesta que presenta H.C. Potter y los cómicos Ole Olsen y Chic Johnson es de una total subversión. Es una película que contiene una serie de capas de cebolla infinitas en las que lo que queda al desnudo es la ficcionalización de los modos de representación cinematográfico. No sólo los géneros al uso, sino la supuesta obligación de contar (de narrar) algo con una presentación, nudo y desenlace; de dinamitar la puesta en escena en la que el caos está tan plenamente orquestado que aparece con total sencillez; de mostrar que una cámara es una cámara, que para nada refleja la realidad, que toda la tramoya está presente cuando se dice: ¡Acción!; que el realismo cinematográfico es una falsedad y que las leyes cinematográficas nada tiene que ver con las leyes que rigen nuestro día a día. De manera harto caprichosa aparece el monstuo de Frankenstein,  también hay un hombre sin piernas y unas piernas sin hombre. 

 
 
Al principio del film un grupo de vicetriples descienden por una escalera, -en lo que parece ser una pastelosa revista musical-; de pronto la escalera se convierte en una lisa rampa y las emplumadas chicas se caen, deslizandose por ella. Tras una explosión, las chamuscadas coristas descienden a los infiernos dónde unos demonios las asan en una parrilla -como si fueran pollos-, o bien las meten en latas de conserva y las almacenan; también se divierten atormentando a los bailarines.


                       

Con naturalidad, la pareja protagonista interpela al público, se corrigen encuadres, le piden al proyeccionista que repita una escena, piden que se corrija el orden de los rollos cinematográficos, se ríen de los argumentos, pasan de un rodaje a otro... cambiando instantáneamente de ropa para acomodarse a los distintos tipos de película que prueban, (película carcelaria, de época, de aventuras en el polo, -decorado en el que los cómicos encuentran el trineo de la coetánia "Ciudadano Kane"-, etc); y, ¡cómo no!, están esos dos personajes que repiten, como extras, una única frase: aparece una señora gorda gritando por todos lados ¿dónde está Óscar?; y un mensajero más perdido que una pera en un cesto de manzanas que se pasa toda la película buscando a una tal señora Jones con una maceta que contiene un árbolito, el cuál írá creciendo a lo largo del film hasta convertirse en un frondoso árbol. Además está ese cámara que, incapaz de aguantar tamaño cataclismo decide pegarse un tiro, y ese letrero que aparece en medio de la película y que dice: “Atención. Si Stinki Miller se encuentra en la sala, vete a casa”, para repetirse después “Stinky Miller. Tu madre te busca” y después “Stinky Miller. ¡A casa!”. Entonces, inesperadamente, la película se para y desde el proscenio la sombra de un espectador se levanta para obedecer e irse a casa. A mitad de la trama (si es que la hay), el proyeccionista se distrae siguiendo a una hermosa mujer, olvidandose de seguir a los personajes principales. Eliza Cook Jr. es acribillado a balazos porque el director del film, (en el film), odia su guión, -y de su pecho agujereado brotan chorros de agua en forma de surtidor-.



Si bien es cierto, que se puede observar en el campo cinematográfico cierta deuda contraída hacia la perversión y la anarquía proveniente de los hermanos Marx, visualizada en la corrosión de algunos de los gags, que contienen un sentido del humor heterodoxo, anárquico, y con una capacidad para descomponer todos los mecanismos de la narración cinematográfica, hay que comprender que tamaño alucinación audiovisual se adelantaría en veinte años a ciertas composiciones de cineastas que comenzaron a dirigir en los 60, aunque creo que solo Jerry Lewis fue capaz de ir un poco más allá, al componer y recomponer un universo propio, un mundo en donde solo Jerry Lewis podía moverse tranquilo, pero que a su vez era capaz de, por fin, inhabilitar el irreal mundo en que vivía la clase media americana.

 
 
Basta decir que es como una comedia de los hermanos Marx pero sólo que más bestia. Es decir, absurda total, sin pies ni cabeza y con irreverentes juegos metalingüísticos que, aún en esto tiempos donde pensamos que lo sabemos todo, continúan descolocando.




En esta cinta desquiciada, el absurdo forma parte de toda la película. Una película loca, loca, loca; donde los personajes serios también caen en la trampa del absurdo para sorpresa del espectador. Uno le perdona por eso incluso los numeritos musicales que riegan el metraje de esta película sin pies ni cabeza, repleta de dialogos para besugos y de situaciones delirantes. La pareja protagonista no se corta, y habla a los espectadores mirando a cámara. Las situaciones de disparatan hasta tres niveles de lectura: vamos, que está la película en sí, está el proyeccionista que exhibe la película en sí y una cursi historia de amor metida con calzador porque así lo exige el guión, le grita el director a la pareja de actores que, insisto, no provocan el caos por donde pasan porque precisamente es el caos el motivo de este delicioso y adelantadísimo largometraje.



La película está escrita por Nat Perrin, el mismo ¿guionista? de "Sopa de ganso", y uno se pregunta cómo se podían hacer esas cosas en aquellos tiempos. Y lo digo porque una película como ésta hoy sería completamente imposible de realizar; -además en una escena se burlan de la censura y del "Código Hays" imperante, con una desfachatez pasmosa-. Ya se encargarían los productores de desecharla porque no hay quien la entienda. Cuando, idiotas, no hay nada que entender sino entregarse al delicioso absurdo de sus situaciones.


 
 
 
 
Una película dentro de otra película que adapta para la pantalla no ya la comedia musical “Hellzapoppin” del dúo Ole Olsen y Chic Johnson, sino el propio concepto que esta representaba; el más puro “non-sense”, en el que absolutamente cualquier cosa es posible y las leyes de la lógica quedan abolidas. Una joya de rabiosa modernidad en la que sus protagonistas no solo saben que están dentro de una película sino que interactúan consigo mismos, con el proyeccionista que no para de meter la pata (nada menos que Shemp Howard, uno de lo “Three Stooges” originales) y además rompen la “cuarta pared” sin empacho alguno. Hermanando el “slapstick”, el vodevil destrozón y el lenguaje del “cartoon” que estaba imponiendo Tex Avery, con un uso indiscriminado de la absurdez y el caos, recurriendo tanto al humor más sofisticado como a la comicidad primaria y hasta burda, para parodiar con mala leche las comedias de alta sociedad. Por buscarle una pega, el film decae en su último tercio donde los números musicales ya cargan y todo resulta demasiado teatral, pero su hora inicial es antología del humor y la demencia, un carrusel de chistes y genialidades a escape libre (padre, madre y espíritu santo de las comedias cinéfilas de los ZAZ), con buena música a lo Gershwin o Cole Porter; y coreografías a lo Busby Berkeley; una auténtica virguería imposible de explicar, poco conocida y desgraciadamente difícil de ver hace unos años; aunque ahora ha salido en DVD.



Son tantos los méritos de Hellzapoppin’ que uno no sabe por donde empezar. Por hincarle el diente por algún sitio, diré que el título español le va como anillo al dedo. En una cartelera en la que los “locos, locos, locos…” proliferaron como moscas, ésta comedia "Loquilandia", tiene acreditado el certificado de demencia absoluta.



Los cimientos están bien asentados. Son los desbarajustes teatrales de los Marx y sus transposiciones al cine, pero también cintas perfectamente desquiciadas como las que protagonizaban Woolsey y Wheeler ,-valga como ejemplo "Diplomaniacs" (Rumbo a Ginebra, 1933)-, o la veta más excéntrica cultivada por W. C. Fields,-en este caso el ejemplo sería "Never Give a Sucker An Even Break" (1941)-, o los cortos de dibujos animados que Tex Avery dirige para la Warner Bros. a finales de los años treinta.


No debe extrañarnos por tanto que Hollywood abriera sus puertas de par en par a los comediantes Olsen y Johnson, cuando triunfaron en Broadway con este espectáculo musical durante tres años.



Tras el sensacional número inaugural, ambientado en un infierno con diablos de carnaval acróbatas, y la llegada de Olsen y Johnson en un taxi que parece no tener conductor, hasta que de él desciende el liliputiense Harry Monty, los protagonistas piden al operador de cabina que rebobine la película. Como el proyeccionista es un familiar que ha obtenido el empleo gracias a una recomendación de las estrellas no tarda ni un minuto en hacerlo. Entonces interviene el director de la película (Richard Lane) para explicarles que el cine no es como el teatro y que es imprescindible una trama romántica. Para ello ha contratado a un azorado guionista (Elisha Cook Jr.) que les presenta una fotografía de la mansión donde se desarrollará la acción y a los protagonistas del triángulo romántico que debe servir de cobertura al cúmulo de disparates. La foto cobra vida, los actores se dirigen a los protagonistas y les invitan a unirse a la acción. Sólo falta un falso príncipe ruso en trance de vesania irreversible (Mischa Auer), un "mortadeliano" detective aficionado por igual a los disfraces excéntricos y a los chistes malos (Hugh Herbert), y una muchacha pueblerina aquejada de furor uterino (Martha Raye), para completar el elenco principal.

 
 
 
El anzuelo argumental no puede ser más tópico. Los jóvenes enamorados planean montar un espectáculo musical en el invernadero de la mansión.“Somos tan asquerosamente ricos…”, afirman sin rubor. Pero ni el enredo amoroso ni el espectáculo soñado logran imponerse al contagioso “Mira el pajarito” interpretado por la gran Martha Raye. Ni mucho menos al número de baile interpretado por los "Harlem Congaroo Dancers", que nadie que haya visto la película olvida jamás.

 


¿Dónde hay que firmar para írme a vivir a "Loquilandia"?
Un comentario de l´oncle Jules.





Dos grandes momentos del film.

3 comentarios:

  1. es para mi una pelicula entrañable que deseo adquirir ala cual la considero una gran genialidad

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  2. ¡Está de enhorabuena, querido lector! esta película está editada por Fílmax, viene sólo en VOSE.

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  3. Introducción de HELLZAPOPIN para la Filmoteca de Sant Joan d´Alacant: https://www.youtube.com/watch?v=dEcyIUQFA2U

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